sábado, 20 de noviembre de 2010

Ana Frank

Me tratan de la manera más inesperada. Un día, Ana es la
inteligencia misma y se puede hablar de todo delante de ella; al
día siguiente, Ana es una pequeña ignorante que no comprende
nada de nada y que se imagina haber sacado de los libros cosas
formidables. Ahora bien, ya no soy la niñita a quien se festeja con
risas benévolas por cualquier motivo. Tengo mi ideal, es decir,
tengo varios; tengo ideas y proyectos, aunque todavía no pueda
expresarlos. ¡Ah!, ¡cuántas cosas acuden a mi mente de noche,
cuando me quedo sola, obligada como estoy durante el día a
soportar a quienes me fastidian, y se engañan sobre mis
intenciones! Por eso vuelvo siempre a mi diario, que es para mí el
principio y el fin, porque Kitty nunca pierde la paciencia; yo le
prometo que, a pesar de todo, me mantendré firme, recorreré mi
camino, y me trago las lágrimas. Pero, ¡cómo me agradaría ver un
resultado, ser alentada, aunque solo fuera una vez, por alguien
que me quisiera!

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